domingo, 20 de mayo de 2007

Cuidaos del Orgullo


Cuidaos del Orgullo
Presidente Eraz T. Benson

Doctrinas y Convenios nos dice que el Libro de Mormón
es el registro de "...un pueblo caído" (véase D. y C. 20:9). Y por que cayo ese pueblo? Ese es uno de los mensajes principa­les del Libro de Mormón. Mormón mismo da la respuesta en los últimos capítulos del libro con estas palabras: ".. .He aquí, el orgullo de esta nación, o sea el pueblo de los nefitas, ha sido la causa de su destrucción" (Moroni 8:27). Y luego, no sea que perdamos el significativo mensaje del Libro de Mormón que nos lego ese pueblo caído, el Señor nos advierte en Doctrina y Convenios: ".. .cuidaos del orgullo, no sea que lleguéis a ser como los nefitas de la antigüedad" (D. y C. 38:39).
Sinceramente deseo la ayuda de su fe y sus oraciones al tratar de aclarar este mensaje del Libro de Mormón sobre el pecado del orgullo. Este es un mensaje que me ha pesado en el alma ya durante algún tiempo. Sé que el Señor quiere que este mensaje se declare ahora.
En e1 concilio preterrenal, fue e1 orgullo lo que hizo caer a Lucifer, e1 "hijo de la mañana" (véase 2 Nefi 24:12-15, D. Y C. 76:25-27; Moisés 4:3). Al llegar el fin de este mundo, cuando Dios purifique la tierra con fuego, los orgullosos serán quemados como estopa y los mansos heredarán la tie­rra (véase 3 Nefi 12:5, 25:1; D. y C. 29:9; José Smith-Historia 1:37; Malaquías 4:1).
En Doctrina y Convenios el Señor emplea tres veces la frase "cuídate del orgullo", y hace una advertencia a propósito de él al segundo élder de la Iglesia, Oliverio Cowdery, y a Emma Smith, esposa del Profeta (D. y C. 23:1; Vease también 25:14; 38:39).
El orgullo es un pecado muy mal interpretado y muchos pecan en la ignorancia (véase Mosiah 3:11; 3 Nefi 6:18). En las Escrituras no hay nada que hable de un orgullo justo, sino que siempre se le considera un pecado. Por lo tanto, sea cual sea la forma en que el mundo emplee la palabra, nosotros debe­mos en tender la forma en que Dios la emplea para poder comprender el lenguaje de las Sagradas Escrituras y sacar pro­vecho de ellas (véase 2 Nefi 4:15;Mosiah 1:3-7;Alma 5:61).
La mayoría de nosotros piensa en el orgullo como egotis­mo, vanidad, jactancia, arrogancia o altivez; aunque todos éstos son elementos que forman parte de ese pecado, su núcleo, lo más importante, no está en ellos.
La característica principal del orgullo es la enemistad: ene­mistad hacia Dios y enemistad hacia nuestros semejantes. Enemistad significa "aversión, odio, resentimiento" u oposi­ción. Es el poder por el cual Satanás desea dominarnos.
EI orgullo, en su propia naturaleza, fomenta la competen­cia. Oponemos nuestra voluntad a la de Dios. Cuando lo hacemos blanco a Él de nuestro orgullo, es con la actitud de decir: "Que se haga mi voluntad y no la Tuya. Como dijo Pablo, "... todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús" (Filipenses 2:21).
Nuestra voluntad en competencia con la de Dios deja que nuestros deseos, apetitos y pasiones se manifiesten desenfre­nadamente (véase Alma 38:12; 3 Nefi 12:30).
Los orgullosos no pueden aceptar que la autoridad de Dios dé dirección a su vida (véase Helamán 12:6). Ellos opo­nen sus percepciones de la verdad contra el conocimiento omnisciente de Dios, su capacidad contra el poder del Sacerdocio de Dios, sus propios logros contra las obras gran­diosas de E1.

Nuestra enemistad contra Dios puede ir marcada con eti­quetas variadas, como la rebelión, la dureza de corazón, la dureza de cerviz, la impiedad, la vanidad, la facilidad para ofenderse y el deseo de recibir señales. Los orgullosos quie­ren que Dios esté de acuerdo con ellos; pero no tienen interés en cambiar de opinión para que la suya este de acuer­do con la de Dios.
Otro aspecto importante de ese pecado tan prevaleciente es la enemistad hacia nuestros semejantes. Diariamente nos vemos tentados a elevarnos por encima de los demás y dis­minuirlos (véase Helamán 6:17; D. y C. 58:41).
Los orgullosos hacen de toda persona su adversario com­pitiendo con el intelecto, las opiniones, los trabajos, las posesiones, el talento y otros valores mundanos de los demás. Según las palabras de C. S. Lewis: "El orgullo no encuentra pla­cer en poseer algo, sino en poseerlo en mayor cantidad que el de otra persona. .. Lo que nos enorgullece es la comparación,
el placer de colocarnos por encima de los demás. Una vez que desaparece el elemento de competencia, el orgullo deja de existir" (Mere Christianity, 1960, pag. 95).
En el concilio preterrenal, Lucifer presentó su propuesta en competencia con el plan del Padre, por el que Jesús abogaba (véase Moisés 4:1-3. Lucifer quería recibir honor por encima de todos los demás (véase 2 Nefi 24:13). En resumen, su orgu­lloso deseo era destronar a Dios (véase D. y C. 29:36; 76:2S).
Las Escrituras están repletas de evidencias de las graves consecuencias que el pecado del orgullo acarrea al hombre individualmente, a los grupos, a las ciudades y a las naciones. 'Antes del quebrantamiento es... [el orgullo]" (proverbios 16: 18). Eso fue lo que destruyó a la nación nefita y a la ciudad de Sodoma (véase Moroni 8:27; Ezequiel 16:49-50).
Por culpa del orgullo Cristo fue crucificado. Los fariseos estaban irritados porque Jesús proclamaba ser el Hijo de Dios, lo cual ponía en peligro la posición de ellos, y fue por eso que tramaron Su muerte (véase Juan 11:53).
Saúl se convirtió en enemigo de David por causa del orgu­llo. Estaba celoso porque la multitud de las mujeres de Israel cantaban diciendo: "Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles" (1 Samuel 18:6-8).
Los orgullosos temen más al juicio de los hombres que al juicio de Dios (véase D. y C. 3:6-7; 30:1-2; 60:2). La idea "Qué pensarán los demás" pesa más para ellos que la de: "Qué pensará Dios de mí".
El rey Noe estaba a punto de liberar al profeta Abinadí, pero sus malvados sacerdotes apelaron a su orgullo y esto envió a Abinadí a la hoguera (véase Mosiah 17:11-12). Herodes se entristeció ante la exigencia de su esposa de que le cortara la cabeza a Juan el Bautista; pero su orgulloso deseo de quedar bien ante los ojos ".. .de los que estaban con él a la mesa" le hizo mandar matar a Juan (Mateo 14:9; Véase también Marcos 6:26).
El temor de los juicios de los hombres se manifiesta en la competencia que tiene lugar por desear lograr la aprobación de los demás. Los orgullosos aman "... más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (véase Juan 12:42-43). EI pecado se manifiesta en los motivos que tenemos para hacer lo que hacemos. Jesús dijo que EI hacía siempre lo que le agra­daba al Padre (véase Juan 8:29). No sería mejor que nuestro motivo fuera agradar a Dios en lugar de tratar de colocarnos por encima de nuestros hermanos y tratar de superados?
A algunos orgullosos no les preocupa tanto que su salario sea suficiente para sus necesidades como que sea mayor de lo que ganan otros. Hallan su recompensa en estar un poquito por encima de los demás. Esa es la enemistad del orgullo.
Cuando el orgullo se apodera de nuestro corazón, perde­mos nuestra independencia del mundo y entregamos nuestra libertad al cautiverio de los juicios humanos. La voz del mundo resuena mas fuerte que los susurros del Espíritu Santo. El razonamiento de los hombres triunfa sobre las reve­laciones de Dios y los orgullosos se sueltan de la barra de hierro (véase 1 Nefi 8:19-28; 11:25; 15:23-24).
El orgullo es un pecado que se puede observar fácilmente en los demás, pero que raramente admitimos en nosotros mismos. La mayoría de nosotros lo considera un pecado de los que están en la cumbre, como los ricos y los eruditos, que están por encima de nosotros mirándonos por encima del hombro (véase 2 Nefi 9:42). Sin embargo, hay una dolencia mucho más común entre nosotros, y es la del orgullo de los que están abajo mirando hacia arriba; éste se manifiesta de diversas formas, como la crítica, el chisme, la calumnia, la murmuración, la pretensión de gastar mas de lo que tenemos, la envidia, la codicia, la supresión de la gratitud y el elogio que podrían elevar a otro, y el rencor y los celos.
La desobediencia es esencialmente una lucha orgullosa por el poder en contra de alguien que tiene autoridad sobre nosotros. Puede tratarse de los padres, de un líder del sacer­docio, de un maestro y hasta de Dios. El orgulloso aborrece la idea de que haya alguien que este por encima de él, pues piensa que esto rebaja su propia posición.
El egoísmo es uno de los aspectos más comunes del orgu­llo. "La forma en que todo me afecta a mí" es la idea central de lo que es importante para la persona: el orgullo de quien es, la autocompasión, el interés por la fama del mundo, la gratificación de los deseos personales y de los propios intereses.
El orgullo da como resultado combinaciones secretas que se establecen para lograr poder, y las "riquezas y la gloria del mundo" (véase Helaman 7:5; Éter 8:9, 16, 22-23; Moises 5:31). Este fruto del pecado del orgullo, es decir, las combi­naciones secretas, destruyo a las civilizaciones de los jareditas y de los nefitas, y ha sido, y será todavía, la causa de la caída de muchas naciones (véase Éter 8:18-25).
Otro aspecto del orgullo es la contención. Las discusio­nes acaloradas, las peleas, el dominio injusto, las grandes brechas entre las generaciones, el divorcio, el abuso de cónyuges, los tumultos y disturbios, todos encajan en esa categoría del orgullo.
La contención en la familia aleja de ella al Espíritu del Señor; también aparta a muchas personas de su familia.
Su expresión varia desde una palabra hostil hasta los con­flictos mundiales. Las Escrituras nos dicen que" [el orgullo] ... concebirá contienda" (proverbios 13: 10; véase también Proverbios 28:25).
Las Escrituras testifican que los orgullosos se ofenden fácilmente y guardan rencor por las ofensas (véase 1 Nefi 16: 1-3). Se niegan a perdonar a fin de mantener a la otra per­sona en el papel de deudor y de justificar sus malos sentimientos.

El orgulloso no acepta mansamente los consejos ni la corrección (véase Proverbios 15:10; Amós 5:10). Se pone a la defensiva para justificar sus debilidades y sus faltas (véase Mateo 3:9; Juan 6:30-59).
El orgulloso depende del mundo para que le diga si vale algo o no. Su autoestima se determina según el lugar en que se le juz­gue en la escala del éxito mundano. Se considera de valor si la cantidad de personas que están por debajo de él en logros, talento, belleza o intelecto es bastante grande. El orgullo es muy malo. Su concepto es: "Si tu tienes éxito, yo soy un fracaso".
Si amamos a Dios, hacemos Su voluntad y tememos Su jui­cio más que el del hombre, sentiremos autoestima.
El orgullo es un pecado condenatorio en todo el sentido de la palabra y limita o detiene el progreso (véase Alma 12:10-11). El orgulloso no es maleable de enseñar (véase 1 Nefi 15:3, 7-11); no cambia su manera de pensar para acep­tar la verdad, porque eso implicaría que ha estado equivocado.
El orgullo afecta todas nuestras relaciones: la que tenemos con Dios y sus siervos, la de marido y mujer, de padres e hijos, de patrón y empleado, de maestro y alumno, y de toda la humanidad. Según el nivel de nuestro orgullo, será la forma en que trataremos a Dios y a nuestros hermanos. Cristo quie­re elevarnos a Su propia altura. ¿Deseamos nosotros lo mismo en relación con nuestros semejantes?
EI orgullo opaca nuestro sentimiento de hijos de Dios y de hermandad con los hombres; nos separa y divide en "clases", de acuerdo con nuestras " riquezas" y nuestras "oportunida­des para" instruirnos (véase 3 Nefi 6:12). La unidad es imposible entre un pueblo orgulloso, y a menos que seamos uno, no somos del Señor (véase Mosiah 18:21; D. y C. 38:27, 105:2-4; Moisés 7:18).
Piensen en lo que nos ha costado el orgullo en el pasado y en el precio que pagamos por el ahora, nosotros mismos, nuestra familia, la Iglesia.
Piensen en el arrepentimiento que existiría con un cambio en la vida de las personas, con matrimonios sólidos, con hoga­res fuertes si el orgullo no nos impidiera confesar nuestros pecados y abandonarlos (véase D. y C. 58:43).
Piensen en los muchos miembros de la Iglesia que son menos activos porque han sido ofendidos y su orgullo no les permite perdonar ni sentarse a comer a la mesa del Señor.
Piensen en las decenas de miles de jóvenes y de matrimo­nios que podrían estar en misiones si no fuera por el orgullo que les impide entregar por completo su corazón a Dios (véase Alma 10:6; Helaman 3:34-35).
Piensen en cuánto aumentaría la obra del templo si fuera más importante dedicarnos a ese servicio sagrado que a los diversos intereses vanos que nos roban el tiempo.
El orgullo nos afecta a todos, en momentos diferentes y con distinta intensidad. En esto se puede ver por que el edifi­cio que estaba en el sueno de Lehi y que representaba el orgullo del mundo era vasto y espacioso, y se reunieron en él grandes multitudes (véase 1 Nefi 8:26,33; 11:35-36).
EI orgullo es el pecado universal, el gran vicio. Si, es el pecado universal, sí el gran vicio.
Su antídoto es la humildad, la mansedumbre, la docilidad (véase Alma 7:23). Es el corazón quebrantado y el espíritu contrito (véase 3 Nefi 9:20, 12:19; D. y C. 20:37, 59:8; Salmos 34:18; Isaías 57:15, 66:2). Como lo expreso tan acertadamen­te Rudyard Kipling en un himno:
Vano poder los reinos son;
Huecos los gritos y el clamor.
Constante sólo es tu amor;
al compungido da perdón.
No nos retires tu amor;
haznos pensar en ti, Señor.
["Haznos pensar en ti, Señor", Himnos, N° 35).

Dios quiere un pueblo humilde. Podemos elegir entre ser humildes par decisión propia o porque se nos obligue a serlo. Alma dijo: "... benditos son aquellos que se humillan sin ser obligados a ser humildes" (Alma 32:16).
Por lo tanto, tomemos la decisión de ser humildes. Podemos ser humildes venciendo la enemistad hacia nuestros hermanos, amándolos como a nosotros mismos y elevándolos hasta nuestra altura o por encima de nosotros (véase D. y C. 38:24; 81:5; 84:106).
Podemos ser humildes aceptando los consejos y las amo­nestaciones que se nos dan (véase Jacob 4:10; Helaman 15:3; D. y C. 63:55,101:4-5,108:1; 124:61,84; 136:31; Proverbios 9:8).
Podemos ser humildes perdonando a aquellos que nos hayan ofendido (véase 3 Nefi 13:11, 14; D. Y C. 64:10).
Podemos ser humildes sirviendo con abnegación (véase Mosiah 3:16-17).
Podemos ser humildes cumpliendo misiones y predican­do la palabra que hará humildes también a otras personas (véase Alma 4:19; 31:35; 48:20).
Podemos ser humildes asistiendo con mas frecuencia al templo.
Podemos ser humildes confesando y abandonando nues­tros pecados y naciendo nuevamente de Dios (vease D. y C. 58:43; Mosiah 27:25-26; Alma 5:7-14, 49).
Podemos ser humildes amando a Dios, sometiendo nues­tra voluntad a la suya y dándole a Él el lugar de prioridad en nuestra vida (vease 3 Nefi 11:11,13:33; Moroni 10:32).
Tomemos la decisión de ser humildes. Podemos hacerlo; yo sé que podemos.
Mis queridos hermanos y hermanas, debemos preparar­nos para redimir a Sión. Lo que nos impidió establecer a Sión en los días del profeta José Smith fue principalmente el peca­do del orgullo. Y este mismo pecado fue lo que puso fin al cumplimiento de la ley de consagración entre los nefitas (vease 4 Nefi 1:24-25).
El orgullo es la gran piedra de tropiezo para Sión. Repito, el orgullo es la gran piedra de tropiezo para Sin.
Debemos limpiar lo interior del vaso venciendo el orgullo (Vease Alma 6: 2-4; Mateo 23:25-26).
Debemos someternos "al influjo del Santo Espíritu", despo­jarnos "del hombre natural" orgulloso, convertirnos en santos por medio de "la expiación de Cristo el Señor" y volvernos como niños: sumisos, mansos, humildes (vease Mosiah 3: 19; vease también Alma 13:28).
Que podamos hacerlo así y seguir adelante cumpliendo nuestro destino divino, es mi ferviente oración.

(Vease "Cuidaos del orgullo", Liahona, julio de 1989, Págs. 4-8.)

1 comentario:

sud caribe dijo...

Es uno de los discuros más potentes dado por un Profeta para ayudarnos a conocer como el orgullo nos puede desviar del camino que nos lleva a la felicidad y a la vida Eterna, ya que por norma siempre pensamos que el otro es el orgulloso y pensamos que nosotros estamos libres de ese pecado.